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De entre los muchos escritores que me han sorprendido y regalado momentos incomparables a lo largo de mis años de existencia, Arthur Conan Doyle ocupa, sin duda, un lugar de preferencia. Por su forma de escribir, por su forma de presentar a los personajes, por el ejercicio de maestría siempre que entra en escena Holmes pero, sobre todo, porque te transporta al Londres de final de siglo XIX de una forma especial.
Coches de alquiler, farolas en la oscuridad, adoquines, niebla, bosques frondosos, fumaderos de opio… y evidentemente una ristra de soberbios personajes que encajaban como un guante a la ciudad: Lestrade, Gregson, la señora Hudson, Mycroft, Wiggins (el pequeño mendigo) y, por supuesto, Moriarty. Evidentemente, el 221B de Baker Street también tiene mucha carga mítica.
Este retomar del pasado (realmente hacía tiempo que no tenía contacto con una obra de Doyle) se debe a un reciente detalle por parte de un amigo, que se le ocurrió que podría adoptar una vieja edición de Estudio en escarlata. Y lo cierto es que, después de tanto tiempo sin leer la ópera prima de Doyle en lo que a Holmes se refiere, ha vuelto a emocionarme, a engancharme y a conseguir transportarme de esa forma peculiar que él tiene a su mundo, a su Londres y a sus criminales.
Su forma de describir los personajes a través de Watson es una de las cosas que más me impresionó la primera vez que le leí:
Resumen de conocimientos de S. Holmes:
1. Literatura: nada.
2. Filosofía: ídem.
3. Astronomía: ídem.
4. Política: conocimientos muy superficiales.
5. Botánica: conocimientos varios. Versadísimo en todo lo que se refiere a la belladona, el opio y toda clase de venenos. Desconocimiento absoluto de horticultura práctica.
6. Geología: conocimientos muy limitados. No distingue las diversas clases de capas geológicas; pero, en cambio, cuando vuelve de sus largos paseos, al enseñarme el lodo en el borde de sus pantalones me dice de qué punto de Londres procede aquel barro.
7. Química: conocimientos profundísimos.
8. Anatomía: universalidad de conocimientos, pero adquiridos sin arreglo a un plan fijo.
9. Literatura sensacional: posee una erudición increíble. Al parecer no existe teoría revolucionaria (literariamente hablando) que no conozca.
10. Toca el violín bastante bien.
11. Maneja bien el bastón y la espada, y es diestro en el boxeo.
12. Conoce prácticamente la ley inglesa.
Otra cosa que me llamó la atención fue que Holmes se apoyaba en el violín y la cocaína cuando no conseguía la motivación suficiente como para poner en marcha su maquinaria cerebral – esto es, cuando no encontraba un rival a su altura -. Su capacidad de metamorfosis cercana a la de Mortadelo – sus disfraces son un punto básico en el personaje de Doyle – la sensación de estar leyendo lo mismo que Holmes está viendo cuando intenta resolver un caso y, sobre todo, saber que con eso mismo que tú estás leyendo el enjuto detective resolverá el caso es una de los principales talentos del escritor.
En definitiva, una obra maestra de la novela detectivesca, quizá el origen de la misma, exceptuando a Poe y su detective Auguste Dupin y, por supuesto, superior en todo a Gaboriau y su destartalado Lecoq, más cercano al folletín que a otra cosa (aunque «El expediente 113» es medianamente recomendable).